Pablo Gonzalez

2017 año en el que los hondureños escogieron entre la navidad y su democracia


Hay un grueso de la gente que quería ir a la Villa Navideña. Llevar a sus nenes y a sus nenas a ver las luces (las que inventó Edward Johnson en el siglo XIX) o bien, visitar al viejo obeso del traje de Coca-cola (ese que Washington Irving y Tomas Nast popularizaron entre los niños; la versión cómica de San Nicolás de Bari: Santa Claus).

Hay un grueso de esa gente que quería comer tamales y torrejas y beber rompopo y bailar “La avispa” (esa canción que sólo suena en las fiestas bailables del 24 y el 31).

Hay esa gente y son hondureños y les vale un culo la democracia. Pero hay que aprender a convivir con ellos por el bien de todos.

Ni las bombas lacrimógenas, ni los garrotes de la gendarme, ni los R-15 del ejército poseen el poder aleccionador de la Navidad. 

La Navidad instauró la dictadura en este pequeño país tercermundista. 

Las trincheras de Lady Lee, Diunsa y la Curacao superaron en número y estrategia a las de San Pedro Sula, Villanueva, Choloma y Progreso. 

Siempre estuvimos peleando contra el enemigo débil, que era JOH y no contra el espectáculo de la pavada (ese gusano malvado que nos roe el cerebro desde hace muchos años). 

El secuestro de nuestra conciencia de clase.

La azarosa virtualidad a la que nos arroja el espectáculo de la Navidad (como todo buen espectáculo capitalista) nos hizo rehenes. 

Ya lo advertía Jean Baudrillard, que en el futuro los protagonistas de la guerra serían los rehenes, osea nosotros. 

Una guerra sin soldados (desde la comodidad del control remoto, pero sin posibilidad de influencia). 

La cosa se explica de la siguiente manera, cito a Schwanitz Dietrich: “las abstracciones son irreales, sólo las cosas concretas son reales” – en eso creemos los hondureños. 

A nosotros ya sólo nos queda el sentido de la vista.

http://libertaddigital.news/editoriales/2017-ano-en-el-que-los-hondurenos-escogieron-entre-la-navidad-y-su-democracia/

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