Pablo Gonzalez

Nicaragua: Los sobrevivientes del somocismo

I

La tiranía somocista nunca fue la era de “paz, estabilidad y excelencia económica” que ahora algunos alegremente predican, haciendo absurdas como demenciales comparaciones, cuya explicación no la encontraremos nunca en la política, sino en el análisis de los conflictos inconscientes.



Dictadura es, por si nunca la derecha más veterana la vivió en carne propia, lo que Carlos Fonseca, data y relata. Y no porque el fundador del Frente Sandinista lo leyera en un tratado académico o en un informe cuadriculado de números, sino por su andar en la Nicaragua profunda de los años 60 y 70: la muerte asomándose en los niños hambrientos del Norte.

“Los campesinos la mayor parte del año matan el hambre con maíz con sal; la grasa no la conocen. Si tienen algún centavo lo gastan en comer frijoles cocidos y, si alguna vez compran un poco de carne, hacen sopa…. En Matagalpa, más de cien personas han muerto de hambre en pocos días. Allí es frecuente conocer niños inflamados por el hambre, con el rostro amarillo e inflamado el cuerpo, las carnes”.

No muy distante de Managua, Carlos dice: “Se da también ceguera nocturna por falta de proteínas en el municipio de Darío…. El bocio es una enfermedad endémica, allí abunda. En otras regiones de la misma zona se han dado casos de demencia colectiva causada por el hambre; poblaciones enteras que se alimentan sólo de maíz viejo porque es más barato, pero ha perdido todo su poder alimenticio, se vuelven locas de hambre y se matan entre sí. Esto ocurrió en la comarca Malacahuás”.

¿Alguien ha mirado en el panorama nicaragüense de hoy semejantes manifestaciones de desdicha que toda dictadura provoca? Estos horrores los relató Carlos durante una entrevista en noviembre de 1970, cuando Nicaragua contaba con 2 millones y algo de habitantes, y una pálida esperanza de vida de 53 años.

La Organización Mundial de la Salud precisó, en su estudio en 2016, que la esperanza de vida hoy es de 74.8 años, y esto con una población que supera los 6 millones y medio de habitantes.

Incrementarle 20 nuevos calendarios en este mundo al ciudadano nicaragüense es la conquista del más básico de los Derechos Humanos: la vida. Ninguna dictadura promueve vidas largas. Las acorta con genocidios, miseria, pésimos servicios de salud y la fatalidad de no tener ni para un bocado de pan.

A fines de 1969, Carlos denunció que a solo 13 kilómetros de la capital: “Hace pocos años, el resultado de los exámenes realizado en una escuela ubicada en Las Jinotepes (…), indicó que la totalidad de los 200 alumnos padecían tuberculosis”.

Además, “Solamente el 1.1% de la población nicaragüense ha cursado la escuela primaria. Un 50% de la población no ha aprobado ningún grado de enseñanza… De 200 mil jóvenes de 14 a 19 años de edad apenas llegan a 20 mil los que realizan estudios de bachillerato, educación comercial, vocacional y agrícola”.

En la actualidad, la nación es otra: el Reporte de Capital Humano 2016, realizado por el Foro Económico Mundial, detalló que “Nicaragua es uno de los países mejor evaluados en cuanto a su tasa de escolarización primaria, con un porcentaje de 98.41% de niños entre 0 y 14 años, posicionándose en el lugar número 39, de una lista en donde están 130 naciones del mundo”.

Carlos también denunció la atrocidad de la Dictadura contra la niñez: “La mortalidad infantil alcanza niveles pavorosos en Nicaragua. De cada mil niños que nacen, mueren 102. De cada 10 muertes, 6 se deben a enfermedades infeccionas, es decir enfermedades curables” (Nicaragua Hora Cero).

En 2006, cuando asumió el gobierno el FSLN, morían 29 criaturas por cada 100 mil nacidos. En 2016, el número de bebés fallecidos se redujo a 14.

II

La narrativa de la extrema derecha no se basa en la realidad, a menos que las actitudes y reacciones viscerales traten de entrar de contrabando como una verdad postiza, con todo lo que eso implica para la salud moral de sus instigadores y repitentes.

Esta minoría parte de que durante el somocismo había estabilidad (¿y las comunidades enteras matándose por la hambruna?), excelente economía (¿y el desalojo inhumano de los campesinos de Occidente?); que todo estaba bien (?) excepto en el plano político, y que eso llevó a una “salida violenta”.

No quieren recordar que durante los 45 años de tiranía hubo alzamientos, rebeliones dentro de la misma Guardia Nacional; masacres estudiantiles en julio de 1959 o la del 22 de enero de 1967, entre otras; torturas, violaciones a campesinas, desaparecidos, destierros, exilios, tierra arrasada en las montañas, campesinos lanzados en helicópteros, etc.

No dicen que el ahora Paraíso Tropical, Corn Island y la Pequeña Isla del Maíz eran, para los inclaudicables luchadores antisomocistas, una suerte de Alcatraz; que el otrora abandonado Río San Juan, hoy con una carretera y un puente japonés de primer mundo, era donde confinaban a los patriotas.

¿De qué “seguridad y estabilidad” hablan? Para estos corazones de piedra, la anormalidad era lo “normal”. Claro, desde los puestos de privilegio, nunca sintieron ni el más mínimo refilón semántico del concepto “dictadura”.

No es casual, entonces, que al faltarle el conocimiento auténtico de las desgracias del pueblo, rellenen esos injustificables vacíos con sus propias fantasías que nunca les llevarán a pintar el cuadro con toda la brutal realidad de entonces.

Esos forzados, retorcidos e injuriosos paralelismos –aparte de la satisfacción emocional del prefabricado remake– tienen solo el fin de sacar una conclusión perversa: que la historia es cíclica, y volvemos al punto de partida. Que a las puertas toca de nuevo el plomo de la guerra.

III

Quienes sí fueran víctimas de la represión, la exclusión, las cárceles y hasta el asesinato; los que no tenían quién abogara por ellos, los que no contaban con alguna “palanca”, fueron los pobres, los trabajadores, los sindicalistas, los estudiantes…

Escuchen la memorable canción que inaugura la música de protesta nacional y que pinta la “gran estabilidad” que existía en Nicaragua: “El Peón”, de Otto de la Rocha.

Por eso, los sobrevivientes del somocismo bajo la fachada de “opositores”, tienden a maldecir al país, acusando con la peor de las infamias al Sandinismo: de que es una “dictadura”.

Más que antisomocistas, fueron unos tenaces antisandinistas, aunque en la euforia del derrocamiento de la dictadura, muchos de esos elementos se hayan colado como magistrados, “periodistas”, cuadros “ideológicos”, embajadores y “notables” personajes: el pasado servido en las bandejas del futuro.

Es lo que advirtió el Comandante Carlos Fonseca: “Hay que estar alerta contra el peligro de que la insurrección revolucionaria sirva de escalera a la fuerza reaccionaria de oposición al régimen somocista”.

Y se cumplió al pie de la letra. Ocuparon la Revolución como escalera. Y sí, volvieron al punto de partida, ahí donde Somoza los dejó, para pretender lograr lo que él ya no pudo hacer: desaparecer al FSLN de la historia.

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