Pablo Gonzalez

Conversaciones con Sandino: El hombre y sus ideas


 Ramón de Belausteguigoitia (Febrero de 1933)....

Ya veo que le han tomado a usted por americano --me dijo, riéndose alegremente, la primera vez que me vio.--Sí, general --le dije--; pero ya se convencieron bien pronto, y no pasó nada.

Todo ha sido una broma.

Y luego de habernos sentado, y mientras el general inicia su habitual balanceo, le digo:--Me interesa sobre todo en este movimiento su aspecto espiritual más que el episódico y militar.

Yo veo que hay en usted una gran fe, y yo no sé si un sentido religioso.

Entiendo que todos los movimientos que han dejado huella en la Historia han tenido una gran fe religiosa o civil.

El liberalismo de los pueblos anglosajones, unido a sus principios religiosos, me parece más profundo y definitivo que el de la Revolución francesa.

 ¿Tiene usted alguna religión?

Sandino.--No; las religiones son cosas del pasado. 
Nosotros nos guiamos por la razón.

Lo que necesitan nuestros indios es instrucción y cultura para conocerse, respetarse y amarse.

Yo, sin darme por vencido, le insisto:--¿No cree usted en la supervivencia de la conciencia?

Sandino.--¿De la conciencia?

Yo.--Sí, de la personalidad.

Sandino.--Sí, del espíritu, claro está; el espíritu supervive, la vida no muere nunca. 
Puede suponerse desde el principio la existencia de una gran voluntad.

Yo.--Todo es cuestión de palabras; para mí, eso es la religión, la trascendencia de la vida.

Sandino.--Como le digo, la gran fuerza primera, esa voluntad, es el amor.

Puede usted llamarle Jehová, Dios, Alá, Creador...

Y después de explicar, según su fe teosófica, el valor de los espíritus guías de la Humanidad entre los cuales coloca Adán, Moisés, Jesús, Bolívar..., mientras su palabra expresa una convicción profunda y sus ojos, opacos, se animan, continúa:--

Sí; cada uno cumple con su destino; yo tengo la convicción de que mis soldados y yo cumplimos con el que se nos ha señalado.

Aquí nos ha reunido esa voluntad suprema para conseguir la libertad de Nicaragua.

Yo.--¿Cree usted en el destino, en la fatalidad?

Sandino.--¿Pues no he de creer? Cada uno de nosotros realiza lo que tiene que hacer en este mundo.

Yo.--¿Y cómo entiende usted, general, esa fuerza primera, que mueve las cosas?
 ¿Como una fuerza consciente o inconsciente?

Sandino.--Como una fuerza consciente. En un principio era el amor. Ese amor crea, evoluciona.
 Pero todo es eterno. 
Y nosotros tendemos a que la vida sea no un momento pasajero, sino una eternidad a través de las múltiples facetas de lo transitorio.

Yo.--Insisto en este punto, porque creo que toda gran obra solo se ha hecho a base de una gran fe, que yo llamo religiosa y usted la llama con otras palabras; pero que no es sino el empujón de un mundo espiritual. 
He apercibido en su ejército esa compenetración, esa espiritualidad.

Sandino.--Si eso es todo, estamos compenetrados en nuestro papel; todos somos hermanos.

Yo.--Recuerdo haberle hecho referencia en algún momento al sentido histórico de Napoleón y Bolívar.

Sandino.--¡Ah, Napoleón! Fue una inmensa fuerza, pero no hubo en él más que egoísmo. Muchas veces he empezado a leer su vida y he tirado el libro. 
En cambio, la vida de Bolívar siempre me ha emocionado y me ha hecho llorar.

Después, como el general hiciera referencia a las fuerzas espirituales que obran en la conducta de los hombres, le pregunto: --¿Cree usted, general, en fuerzas de esa naturaleza que obran en los hombres sin la acción de la palabra?

Sandino.--Completamente; yo mismo lo he experimentado no una, sino muchas veces. 
En varias ocasiones he sentido una especie de trepidación mental, palpitaciones, algo extraño dentro de mí. 
Una vez soñaba que se acercaban las tropas enemigas y que venía con ellos un tal Pompilio, que había estado antes conmigo. 
Me levanté inmediatamente y di la voz de alarma, poniendo a todos en plan de defensa. 
Dos horas después, todavía sin amanecer, los americanos estaban allí, iniciando el combate.--
Hay una parte de nuestro organismo donde existe el órgano del presentimiento.--Yo se lo diré --añade el general, y tomando mi cabeza me señala la nuca--. 
¿No lo cree usted?

Yo.--Yo no niego ninguna clase de posibilidades de esa naturaleza. 
Y desde luego creo que usted puede tener un sistema nervioso especial: una gran potencia espiritual. 
Lo veo en su ejército.
 Y recuerdo haber leído en una carta escrita por su hermano Sócrates y que me había enseñado don Gregorio, que "Augusto tenía un enorme receptáculo telepático". 
Y en otra carta, "que había visto en sueños a su padre y a su madre y sentía que debían estar muy inquietos". 
Y añado yo: --He visto en los soldados un sentido espiritual admirable. 
Hablando con muchos de ellos, les he oído decir que la justicia estaba con ellos y que por eso vencían siendo tan inferiores.
 ¿Cómo ha conseguido inculcarles estos principios?

Sandino.--Hablándoles muchas veces sobre los ideales de la justicia y sobre nuestro destino, inculcándoles la idea de que todos somos hermanos.

Sobre todo, cuando el cuerpo desfallece es cuando he procurado elevar su espíritu. 
A veces, hasta los más valientes decaen. Es necesario conocerlos, seleccionarlos. 
Y alejar el temor, haciéndoles ver que la muerte es un ligero dolor, un tránsito.

Yo.--¿Por compenetración?

Sandino.--Sí; estamos compenetrados de nuestra misión, y, por eso mis ideas y hasta mi voz puede ir a ellos más directamente. 
El magnetismo de un pensamiento se transmite. 
Las ondas fluyen y son copadas por aquellos que están dispuestos a entenderlas. 
En los combates, con el sistema nervioso en tensión, una voz con sentido magnético tiene una enorme resonancia... También los espíritus combaten encarnados y sin encarnar.

Yo.--¿Cree usted en la trascendencia de este movimiento?

Seguramente el general no me ha entendido el sentido realista en que yo le he hecho esta pregunta. 
En el curso ya de sus impresiones suprasensibles, por decirlo así, continúa destrenzando su pensamiento en conceptos más lejanos y más difíciles.

Pero no nos sería posible seguir todo su pensamiento, e indicaremos únicamente el esqueleto de sus ideas, que versan ya sobre términos irreales:--

Le diré a usted; también los espíritus luchan encarnados y sin encarnar...

Desde el origen del mundo, la tierra viene en evolución continua. Pero aquí, en Centroamérica, es donde veo yo una formidable transformación... Yo veo algo que no lo he dicho nunca... 
No creo que se haya escrito sobre eso...

En toda esta América Central, en la parte inferior, como si el agua penetrara de un océano en otro... Veo Nicaragua envuelto en agua. Una inmensa depresión que viene del Pacífico...

Los volcanes arriba únicamente... Es como si un mar se vaciara en otro.

Es una descripción fantástica, que yo no he podido aprisionarla por completo, pero que se traduce en una especie de visión de una gran catástrofe marítima en esa zona de la América Central. 
Y Sandino se lleva las manos a los ojos, como queriendo arrancar de ellos alguna visión.

De nuevo el tono opaco de su mirada se anima más.

--La fe --pienso yo-- es eternamente infantil y creadora; infantil, porque une al mundo real, al de lo maravilloso, y apartando la duda, que es escepticismo y vejez, nos lleva al mundo del ensueño de esos primeros años, en los que quizá, como dice el poeta Wordsworth, los hombres conservan todavía el reflejo de una inmentalidad o de una encarnación, como dirían los teósofos, que todavía no se ha borrado de la mente, con los años y la baja realidad de los sentidos.

Y es creadora, porque el hombre se siente no como un mísero aparcero de una vida transitoria, que se disipa como el humo, sino el propietario, mejor dicho, como el actor de un drama eterno y siempre renovado.

 Cuando salgo, Sandino habla con un viejo soldado, encargado de llevar sal a las columnas que se vienen acercando, y mientras aquél parte con su mula cargada, el general lo despide con un "Que Dios le guarde".

El hombre y sus ideas

Durante las dos semanas que aproximadamente estuve en el campamento del ejército de la Libertad, no dejé de estar a diario en conversación con el general Sandino, quien me trató desde el primer momento con una amabilidad enteramente familiar.

Unas veces el caudillo me llamaba y otras iba yo a verle a su casa, que custodiaba su guardia personal, con ametralladoras en mano.

El general se solía pasear en una habitación obscura contigua a la de la guardia y entraba sonriente, abrazándome, según su costumbre.

 Era una sencilla habitación decorada por algún calendario y un cromo en el que se veían unos cazadores de focas en un mar proceloso de hielo, disparando contra estos anfibios que se acercaban alarmantemente a la embarcación.

Había un banco y unas sillas; en el banco se sentaban de ordinario algunos jefes que asistían silenciosos a la entrevista, o los soldados de retén.

En un rincón se veía un montón de rifles.

El general se sentaba en una sencilla mecedora, que la tenía balanceándose sin cesar.

Resaltan en su cara ovalada, pero angulosa, cierta especie de asimetría en ambos lados del rostro, que contribuyen, juntamente con las comisuras de sus labios, a dar unas extrañas variaciones a su rostro.

En sus ojos obscuros brilla con frecuencia una afectuosa simpatía, pero de ordinario se muestra en ellos una profunda gravedad, una intensa reflexión.

El reposo de sus facciones, la fortaleza de sus mandíbulas, en ángulo bien abierto, confirman la impresión que da su conversación de una voluntad serena y afirmativa.

Su voz es suave, convincente; no duda en sus conceptos, y las palabras van precisas, bien guiadas por un intelecto que ha pensado por cuenta propia en los temas que expresa.

Su gesto habitual es frotarse las manos teniendo en ellas un pañuelo. Rara vez acciona ni cambia la tonalidad serena de su voz.

La impresión que da el general Sandino, lo mismo en su aspecto que en su conversación, es de una gran elevación espiritual. Es, sin duda, un cultivador de la "yoga", un discípulo de Oriente.

Los temas de nuestra conversación fueron varios y de ordinario sin mucho orden.

Yo he procurado recogerlo en distintas materias, pero guardando desde luego una absoluta realidad en los conceptos y en las frases, a fin de que el lector pueda penetrar en la psicología de este extraordinario paladín de la Libertad, que ha sido tenido por muchos como un hombre vulgar y sin instrucción, quizá también como el Pancho Villa de la rebelión nicaragüense.

Pero esto es absolutamente falso.

El general Sandino es un espíritu delicado y fino, un hombre de acción y un vidente, como hemos dicho ya, y sin tener sino una instrucción bastante limitada, es una extraordinaria personalidad, aún aparte de su papel de libertador.

Sandino Vive

Related Posts

Subscribe Our Newsletter